jueves, 19 de agosto de 2010

Titánic


Es 14 de abril de 2010 y mi hijo juega con su barco en un riachuelo muy cerca al mar. Son las 10 de la mañana. Cree que chocar con una pequeña roca el barco de plástico se hundirá con todos aquellos tripulantes imaginarios que lleva abordo. Hoy en la mañana me dijo que quería ser marinero cuando tenga mi edad. Yo le he comprado un sombrero de marinero y este barco que hoy juega. Hay mucho sol a diferencia de los días anteriores. Yo miro el mar, los niños que juegan con mi hijo, y trato que la arena no invada mis pies. Pienso entonces en aquel barco que se hundió hace noventa y ocho años. Todo acabo en dos horas y cuarenta minutos para 1517 personas de las 2200 que tenía abordo. Mi hijo, en cambio, tiene tres horas en el riachuelo, y siento que no se ha cansado de jugar con sus amigos a quién hunde más rápido el barco. El barco de plástico de mi hijo siempre sale a flote. El Titánic nunca salió a flote pero hoy saldrá gracias a una reconstrucción en 3D. Será un detallado rescate del barco en el mismo suelo marítimo del Atlántico Norte donde se hundió. Del barco solo queda restos repartidos por varios kilómetros del radio donde se hundió. Sacó la cámara fotográfica de mi bolsillo y trato de tomarle una foto, y pienso que algún día podré reconstruir aquella infancia que él no recordará. En los próximos años se inventará un modo de volver al pasado o reconstruirlos –pienso para mis adentros-. Cuando llegue el momento guardaré aquellos momentos que mi memoria ya no pude almacenar. Observo a mi hijo mojado y con el sombrero de marinero que le compré en la mañana antes de ir a la playa, y sé que no se imagina que el hundir un barco produce un dolor que no se olvida con el tiempo.

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